miércoles, marzo 13, 2013

42. Tócame los dedos, pero por lo que más quieras, no me des la mano.


Hay palabras que pueden cambiarlo todo, desde el momento exacto en que se forman en la lengua y se escapan de la boca. Hay palabras que no son como los discursos presidenciales... no te puedes retractar. 
Las que se dicen con soberbia son un peligro, esas que por defecto ya son malas e hirientes y al unirlas, se multiplica el dolor de quien las recibe. 

Ayer te enfadaste. Llevamos varios días discutiendo y nos molestamos, como se nos está volviendo costumbre. Me escupiste y me clavaste unas palabras que, desde mis oídos parecieron salir de un lugar tan profundo dentro de ti, que parecía que fuese el alma de tu alma.
No habrán poesías ni canciones que valgan, ya está dicho y no hay marcha atrás.
Huiré este fin de semana a una isla con mis amigos, porque pienso que aunque sea tu cumpleaños, debo dedicar tiempo para mí y darme un descanso de todo el trabajo que sobrecarga mi cuerpo últimamente, con el único fin de volver a estar a tu lado. Pero eso no importa. 

Te busqué y anhelé poder sostenerme de tu cuello, pero para ello me sería necesario viajar veinticuatro horas en avión y cruzar más dos grandes océanos y más de siete países. 
Pero te busqué como pude y me dejaste con las manos empapadas. 
Con las manos empapadas y la sensación de estar bajo las suelas de tus zapatos.



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